Ha sido alcalde de Capileira durante muchos años y un hostelero de referencia en el despegue turístico de la comarca de la Alpujarra, en su popular restaurante, Panjuila, comieron Camilo José Cela, Andrés Segovia y una numerosa nómina de viajeros importantes
Se acerca a mí sonriente y renqueante, con esa pierna que no le permite andar con normalidad pero que no le impide desplazarse con cierta agilidad. Se mueve a medio camino entre la marcialidad y el balanceo marino. Viene contento porque le han reconocido su grado de minusvalía y con el carné que le han dado podrá aparcar su inconfundible coche con dibujos de Martín Morales en los sitios reservados para los minusválidos. Nos abrazamos porque somos viejos conocidos y nos deseamos lo mejor para este año que acaba de empezar.
En mi lista de posibles entrevistados con un pasado que contar estaba Paco López porque ha sido muchos años alcalde de Capileira y uno de los causantes de que La Alpujarra esté siempre rebosante de viajeros y turistas. Ha dedicado toda su vida al sector de la hostelería y hoy es, sin dudarlo, un referente en el desarrollo turístico de una de las comarcas más bellas y singulares de la península ibérica.
Voy a verlo un día en que las nubes han decidido subir al Veleta por la ruta de Capileira. Lo que abajo es sol, arriba son brumas. Paco es dueño de un negocio híbrido, una palabra que se lleva mucho ahora. Se llama el Jardín de los Sabores pero también Casa de Pilar y Paco. En él te pueden servir lo mismo una sabrosa samosa vegetal con receta india que un rotundo plato alpujarreño con receta local. Tiene un acogedor comedor con chimenea incluida y un amplio patio con abundante vegetación y un estanque para peces. Paco lo puso en marcha pero ahora lo tiene arrendado a unos profesionales de la hostelería que tienen como norma la amabilidad y el buen trato al cliente.
El amplio patio con césped te permite tener la sensación de que estás en una atalaya perfecta desde la que puedes contemplar con todo su esplendor –si la bruma o la calima no lo impiden–el Barranco del Poqueira y el Tajo del Diablo. Allí nos sentamos –en una silla, no en el césped– Paco y yo para empezar a hablar de lo nuestro. Antes llama a la chica que atiende las mesas para hacer el pedido. -Niña, ponnos un vino del que tú ya sabes y un plato de jamón y queso.
Un lugar para las musas, Paco nació en 1944, en Capileira, en una comarca en la que por no pasar ni pasó la guerra, como dice la canción de Serrat. La Alpujarra era por entonces una auténtica desconocida que solo era visitada por pintores, fotógrafos, literatos y, en general, creadores y excéntricos artistas que querían huir del mundanal ruido a la vez que buscar un lugar que les ayudara a encontrar las musas. Un lugar que recorrían a diario recoveros, arrieros y maragatos con lo poco que había que comerciar y en el que aún no se habían construido secaderos industriales.
-Yo me crie detrás de un mostrador. Mi padre tenía una tienda pequeña en la que se vendía de todo un poco y un bar en la calle Real en los tiempos aquellos en los que el vino de Albondón nos venía en pellejos cargados en mulos. Mi madre les ponía cocidos y sopas alpujarreñas a los viajantes que recalaban por aquí. Por eso digo que mi familia siempre se ha dedicado a esto. Después he tenido varios negocios, todos dedicados a la hostelería. Así que he estado toda mi vida en un mostrador, muchas veces por dentro pero también muchas veces por fuera. Mi mujer, que en paz descanse, me decía que estaba más afuera que adentro –dice Paco antes de soltar una pequeña carcajada.
Paco se casó con Pilar en 1970 y montó una discoteca con su hermano Fernando.–Fue la primera discoteca que funcionó aquí en La Alpujarra. El local se llenaba muy a menudo de jóvenes que venían de toda la comarca. A veces nos asomábamos afuera mi hermano y yo y veíamos grandes colas de personas esperando entrar. Aquello me dio mucho dinero. Después monté otros negocios. Uno de esos negocios fue el Panjuila, otro restaurante referente en los inicios del despegue turístico alpujarreño.
–El Panjuila era muy famoso en todos sitios. Le puse el nombre de un paraje que hay por aquí cerca que me gustaba mucho. Un día se me presentaron en el negocio unos hermanos que eran de Panjuila. ¿Sabes lo que querían? Que les pagara derechos de autor por utilizar el nombre del sitio donde vivían, jajajajaja.
Después vendría un chiringuito en verano y una especie de local en el que ponía carne asada. Su constante vitalidad prometía en un hombre con ideas e iniciativas, pero me cuenta que su economía siempre estuvo llena de baches. Ahora Paco tiene aspecto de hombre resuelto al que la vida le ha tratado algunas veces bien y algunas veces mal. Habla deprisa y atropelladamente. A veces cambia el giro de la conversación para contarte un sucedido o una anécdota. Y siempre con su media sonrisa en el rostro.
–La verdad es que yo he ganado mucho dinero en la hostelería, pero lo mismo que lo he conseguido se me ha ido. No sé. Seguramente no he sabido amoldar lo conseguido a mis necesidades. He sido rico y he estado entrampado muchas veces, pero no me quejo.
Paco dice que fue a raíz de tener Granada la primera Diputación democrática cuando comenzó la Alpujarra a ser un atractivo turístico en la provincia. Cuando empezaron a llegar autocares llenos de personas deseosas de conocer aquellos parajes de los que ocuparon escritores como Pedro Antonio de Alarcón, Gerald Brenan o Paco Izquierdo y que, a la postre, convirtieron a este lugar en una especie de imán que atraía a viajeros que buscaban en La Alpujarra lo misterioso, lo genuino y lo desconcertante. También a muchos tragaldabas que buscaban, cómo no, el famoso plato alpujarreño. Paco me cuenta que hay varias versiones sobre el invento de este famoso plato, pero él tiene la suya propia.
–El plato alpujarreño nació aquí en Capileira. Y fue durante una especie de recepción improvisada que dio el Ayuntamiento cuando yo era alcalde. La verdad es que no sé de quién fue en realidad la idea, pero sí que alguien decidió darle a los visitantes un plato con un poco de todo lo que teníamos en La Alpujarra: jamón, chorizo, morcilla, pimientos verdes y papas a lo pobre. Y todo eso con un huevo frito. Y resultó. A todo el mundo le gustó.
En la política, Paco López ha participado muchos años de la vida municipal de Capileira, como concejal, como alcalde y como presidente local del Partido Popular. Ahora dice estar de vuelta de aquella vida.
–Cuando estaba Manuel Mendoza como diputado y alcalde de aquí, yo era ya concejal. Después he sido muchos años alcalde, menos uno o dos mandatos. En las últimas elecciones del 2015 me presenté y perdí. La política ya está de más para mí. No pienso presentarme más. A mí ser alcalde me ha costado el dinero. He tenido que resolver muchos asuntos municipales poniendo yo mi coche y con dinero de mi bolsillo.
Pero bueno, yo soy así y de eso no me quejo. Si me quejo de la ingratitud que a veces llega a ser la política porque tú crees que lo estás haciendo bien y luego por detrás te rajan.
Paco tiene en la mente una larga nómina de personas interesantes a las que ha conocido y algunas con las que trabó una buena amistad. Hasta su negocio se acercaban pintores como José Ortuño, Hipólito Llanes, Juan Roex o Fernando González. Periodistas como José Corral o Rafael Gómez Montero. Poetas como Pepe Ladrón de Guevara, Miguel Ruiz del Castillo o Rafael Guillén. Y cantaores flamencos como Morente o Chano Lobato con los que ha compartido muchas charlas y algunas que otras peripecias etílicas.
–Enrique Morente es que tenía aquí una casa y no pocas veces nos hemos tomado unos vasos de vino juntos. Y con Chano Lobato mantenía una buena amistad. ¿Sabes lo que me pasó un día? Pues que estábamos en Sevilla y después de una actuación pilló un lobazo tremendo. Lo monté en el coche, en mi ‘mercedes’, y me lo traje a Capileira. Cuando se despertó por la mañana no sabía a dónde estaba. Miró por la ventana y cuando vio el barranco de Poqueira creyó que estaba en un sitio mágico. Le encantó esto. Eso sí, luego lo tuve que llevar otra vez a Sevilla.
También me cuenta que conoció a Camilo José Cela y a Andrés Segovia, que estuvieron comiendo en su restaurante. Y que sufre mucho cuando se acuerda del estado en el que se encuentra Paco Martín Morales, al que admira y del que presume ser su amigo. Cuando Paco te cuenta algo, te mira con fijeza como para descubrir el grado de beneplácito que te han producido sus palabras. Luego sigue hablando.
Pasión por el flamenco, la tarde se mete en frío cuando Paco me propone que terminemos la conversación que su casa, que está justo pegada al restaurante. El sol ya se ha retirado definitivamente a sus aposentos y en el patio hace una rasca de las de pulmonía si no te coge abrigado. Paco vive solo. Su mujer Pilar murió hace quince años y no tiene hijos. Tuvo una hija pero murió con seis años en un incendio. Una tragedia de la que Pilar nunca se recuperó. Me lo cuenta con una lombriz de desasosiego en la garganta. Es una vivienda acogedora y llena de recuerdos. No hay huecos en las paredes lo suficientemente grande como para no ser objetivo de un cuadro una fotografía. Lo que más hay son fotos de Camarón de la Isla porque Paco es un gran apasionado del flamenco.
–Yo monté el primer festival flamenco de la Alpujarra. Vinieron Estrella Morente, Marina Heredia y Carmen Linares. Hasta monté un tablao flamenco en uno de mis negocios. Para mí es un cante que tiene mucha elegancia y una garra interpretativa que no la tienen las demás músicas.
A Paco le vive solo su hermana Anastasia. Sus otros dos hermanos, José y Fernando, han fallecido. Lo mismo que su cuñada Gloria, que regentaba el hotel que había levantado su hermano y con la que estuvo hablando unos minutos antes de enterarse de que había fallecido. Cuando Paco hace una balance de su vida y contabiliza las personas queridas que ha perdido, no tiene más remedio que exteriorizar un bufido de desaliento. A pesar de ello no se siente demasiado solo.
–Mi sobrina Gloria, la hija de mi hermano Fernando, me tiene muy controlado. Cuando baja al hotel y no ve mi furgoneta, enseguida me llama a ver dónde estoy. Paco se mira por dentro y trata de verbalizar lo que ve: un hombre que ha luchado mucho por el desarrollo turístico de La Alpujarra, la vida de un político local honrado y la de un apacible jubilado que se desvive por el flamenco. Si hay un momento de pesimismo en su vida o sus diagnósticos sobre la política resultan a veces desabridos, es por culpa de su querencia por aquella tierra que le vio nacer. Ya no hay más en él.
Cuando llega la noche y Paco me da el abrazo de despedida, me da el consejo de siempre:
–Niño, ten cuidaíco p’abajo.
Fuente; granada hoy