Gerald Brenan llegó hasta los valles de la Alpujarra

«Al sur de Granada, a través de las rojas torres de la Alhambra, se divisa una cordillera montañosa conocida con el nombre de Sierra Nevada…». En 1920, con veintiséis años, Gerald Brenan llegó hasta los valles de la Alpujarra y encontró casa en el pueblo perdido de Yegen, donde era común entre los vecinos el trueque y los odios atávicos durante generaciones. Había almendros y olivos y nogales y acequias rebosantes de agua cuando el inglés vino aquí, y los vecinos desconfiados, las mujeres temerosas y los niños mugrientos lo miraban como una alucinación imposible, con una extrañeza de acento inaudible, su cuerpo delgado y un rostro pálido de ojos claros. Hasta 1957 el inglés no dio a imprenta su libro más conocido. Y aunque es cierto que los lectores y la crítica lo situaron al lado del A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home de Richard Ford, los años, la distancia, la lectura más reposada ha hecho que otras obras suyas merezcan mayor atención. En 1943, por ejemplo, publicó El laberinto español, el concienzudo y doloroso texto que GB escribe para entender cómo fue posible la guerra del Treinta y seis que enfrentó a hermanos de sangre.

O siete años después La faz de la tierra donde publica sus averiguaciones sobre el asesinato de Federico. Un año después llevó a imprenta su heterodoxa Historia de la literatura española y hay que esperar hasta 1976 para que vea la luz su esperada biografía sobre San Juan de la Cruz, al que treinta años antes había dedicado dos largos textos publicados en la revista Horizon. Es en ese libro donde participa Lynda Nicholson Price, la joven inglesa que llegó en 1968 a Andalucía atraída por Brenan y su interés por el autor de Noche oscura del alma. El escritor la quiso a su lado y LNP tradujo los poemas de Juan de Yepes recogidos en la biografía. Gamel Woosley, su esposa, murió aquel año y Lynda decidió quedarse al lado de Brenan hasta su muerte el 19 de enero de 1987 en Alhaurín el Grande. Hace unos meses yo entrevisté a Carlos Pranger, el hijo de LNP. Carlos es escritor, traductor y el albacea literario de GB. Estas son dos de las preguntas de aquella conversación y sus respuestas:

-En su autobiografía Memoria Personal hay tres cosas que me atrapan de la figura de Gerald Brenan. Ese amor incondicional que mantuvo por el sur, su escritura limpia y sin aristas y su pasión desbordada e ingobernable por las mujeres.

-Mi madre fue su última pareja. Fue una pareja de hecho, no de lecho. En aquella casa vivíamos mi padre y yo, todos juntos. La historia de Brenan con mi madre es maravillosa. Pero lo es cualquier pasión anterior. De muy niño se enamoró perdidamente de su institutriz y a partir de ahí no dejó de sentir un apasionamiento por toda mujer con la que se cruzaba. Pero fíjate: Muchos de esos enamoramientos fueron románticos y vicarios. Eran fruto de la observación y del deleite desde la distancia y no de la consumación.

-Disculpe que le pregunte algo tan íntimo. Pero ¿cómo vivía su padre aquella relación tan singular?-Mi padre aún vive en Mecina Fondales, en una pequeña localidad de la Alpujarra, dedicado a su pasión artística por la cerámica. Vive con mi hermana y con su familia, retirado y tranquilo. Mi padre no sentía celos. Más bien al contrario. Brenan sentía celos hacia mi padre. Pero se quisieron mucho y se respetaron durante toda su vida. Brenan era un hombre muy complejo, torrencial, arrebatado. Y los celos formaban parte de esa realidad. Esos celos, curiosamente, contrastan con su pertenencia al grupo de Bloomsbury. En ese círculo de intelectuales estaba prohibido ser apasionado y celoso. Su vitalidad incluía la cara b de toda pasión.

A los días de salir publicada aquella entrevista le dije a Carlos Pranger que su madre era el argumento de una novela fascinante que solo él podía escribir. Estos días vuelve a ser noticia porque se ha publicado Cosas de España de Gerald Brenan (en Fórcola) cuya edición ha corrido a su cargo. El libro es la reunión de veintiséis trabajos de dispar extensión publicados por el autor inglés entre 1925 y 1983 en revistas y periódicos como Horizon o The New York Times. Esta compilación de ensayos, artículos y crítica literaria es, en palabras suyas, un intento por entender esa España melancólica en permanente búsqueda de su identidad, en el bucle de su particular visión del laberinto español. La introducción de Pranger es acertada, está bien escrita y fija la disparidad de los temas recogidos en el libro. A los dos largos textos sobre Juan de la Cruz, germen de la biografía que muchos años después GB llevó a imprenta, se unen artículos sobre Cervantes, Picasso, Lorca, crónica histórica sobre los siglos de cultura hispanomusulmana o cartas personales como sus días en El Rocío

-«nuestra señora del rock and roll empujada de un lado a otro, volcando y jadeando ¡viva la blanca paloma!- y esos jugosos párrafos de erotismo plástico entre él y una tal Hetty. Sabemos por su editor que a GB no le gustaba que lo llamaran hispanista, y llevaba razón porque consideraba que todo cuanto escribía, aunque tuviera como marco geográfico este país, trascendía las fronteras y sus temas eran culminantes y universales. Cosas de España no será el último libro que firme el desaparecido Brenan. Aún queda mucho material inédito, en especial sus cartas. En este trabajo prolijo y silencioso se ha empeñado Pranger por dar un orden, un método, un sentido al escritor que conoció cuando él era un niño y cuya obra es un desdoblamiento entre dos mundos: el español y el británico, y un intento por aprehender, desde su intuición y su libertad, todo cuando lo rodeaba.

Fuente: el mundo

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